Petróleo, coronavirus y cambio climático: la tormenta perfecta

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Hacía mucho tiempo que la OPEP no se encontraba en una situación como la actual, en la que la caída de la demanda en China (principal consumidor mundial de petróleo), por efecto de las medidas para paliar la extensión de la neumonía causada por el coronavirus, hace que los precios de los hidrocarburos se tambaleen y obliga reducir la producción.

La decisión que acaba de tomar la OPEP de “ajustar” la producción en 1,5 millones de barriles al día hasta el día 30 de Junio, y la caída de los precios del barril por debajo de los 50 dólares indican por dónde van los tiempos y refrendan las previsiones de la OCDE de rebajar el crecimiento desde un 2,9% a un 2,4%. Sin duda, esta caída en el consumo de hidrocarburos es una excelente noticia para los defensores de la reducción de emisiones a cualquier coste, pero los efectos de estas noticias en las Bolsas y en las perspectivas de crecimiento (y, por tanto, de empleo) representan una pésima noticia para todos, incluidos los más apasionados medioambientalistas. 

Está muy bien que se reduzcan las emisiones, pero ¿a cualquier coste? Todavía hoy hay una relación, directa y perversa, entre crecimiento y emisiones que lleva a muchos a defender precisamente el “decrecimiento” y la vuelta a unas formas de vida “alternativas”. Esa relación perversa no puede ser obviada ni siquiera planteando un cambio cualitativo en los instrumentos de producción a través de nuevas tecnologías ya que el tránsito entre unas y otras no se puede hacer sin grandes perjuicios para los que actualmente viven de lo “antiguo”.

Por eso, la crisis del coronavirus es una oportunidad para reflexionar sobre las utopías maximalistas y sobre los límites de las políticas de crecimiento cero. Está claro que necesitamos reducir las emisiones y que hay un gran consenso mundial al respecto. Lo complicado comienza cuando se nos coloca ante un escenario de falta de crecimiento o todavía peor de recesión.

El efecto de la crisis en China es devastador para la economía mundial no solo porque la concentración industrial en aquel país pone en jaque las hoy muy globalizadas cadenas de suministro de sectores como el automóvil, sino también porque China es actualmente el mayor importador de petróleo del mundo y es igualmente el país con mayor capacidad de almacenamiento de crudo. Si China se para muchas cosas se paran.

No es la primera vez que algo así sucede, porque tenemos la experiencia previa de la epidemia de SARS o gripe aviar de 2003, lo que pasa es que desde entonces el consumo de petróleo por parte del coloso chino ha crecido desde los 5,8 millones de barriles a los 13,7 del pasado año, un consumo solo inferior al de Estados Unidos. Con la diferencia de que Estados Unidos es uno de los grandes productores y China el mayor importador.

De manera que el país que más impacta en el conjunto del mercado internacional de crudo es precisamente el país más afectado por esta nueva epidemia. Y según los expertos es muy difícil que se produzca un efecto rebote en el consumo, como el que se produjo en el caso del SARS, puesto que los efectos del actual virus serán más duraderos y porque el nivel de las reservas acumuladas de crudo es muy alto. 

Sí, China es un gran contaminador, pero sí también China es hoy el gran motor del crecimiento. Y todavía la tecnología no nos permite disociar una cosa de la otra. Y vienen todos estos acontecimientos a reforzar una idea que para nosotros en la Asociación para la Transición Energética es muy importante; la de que todo paso que se dé en este proceso tiene que ser muy meditado a fin de que los eventuales efectos negativos de la transición no impidan su éxito final. Como se ve hoy con gran claridad, parar la economía no es la solución. El calentamiento alarma. La recesión aterroriza.