Tener y no tener electricidad

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Desde el punto de vista de los usuarios de la electricidad o de cualquier forma de energía la cuestión puede ser vista desde tres planos: el primero es si hay disponibilidad del servicio o no; el segundo es cuál es el coste de ese servicio, y el tercero es cómo se consigue ese suministro y cuáles son los otros costes del mismo.

En los países desarrollados esta última cuestión es cada vez más importante aunque el problema del coste, (la factura), esté siempre en primer lugar. Pero nos preocupa que el coste en forma de factores contaminantes de la energía que facilita nuestro modo de vida de una forma tan extraordinaria vaya a condicionar la vida de nuestros hijos y nietos e incluso la nuestra. Es muy natural que así sea porque debemos aspirar a un mundo mejor y porque el calentamiento global fruto del efecto invernadero comienza a mostrar cuales pueden ser sus poderosos y nocivos efectos.

Sin embargo, no en todos los lugares se ven los tres planos en el mismo orden o se sienten sus consecuencias de la misma forma. En los países desarrollados la primera de las tres cuestiones sólo aparece cuando por razones excepcionales se interrumpe el servicio, y solo es noticia cuando la causa de la interrupción es llamativa o cuando la interrupción se prolonga más allá de unas cuantas horas. Damos por sentado que la electricidad está a un “click” del interruptor y nuestra mayor preocupación es que no entre en casa más energía de la necesaria para lo cual se nos dan incesantes consejos para “ahorrar”. Vivimos inscritos en una red de distribución omnipresente y nos parece increíble que pueda haber lugares tan apartados como para no estar conectados.

¿Pero qué sucede cuando llegamos a un lugar que no está conectado a esa red?

Recientemente he estado viajando por un país africano en el que amplias zonas carecen de esa red. Como esas zonas son precisamente las más turísticas, los establecimientos hoteleros tienen que recurrir a lo que en occidente llamamos “auto-consumo”. Auto-consumo que se traduce en que los establecimientos cuentan con paneles solares que les garantizan un nivel aceptable de suministro durante las horas de insolación, complementados con un generador que presta el servicio algunas horas de la noche. Es una opción que seguramente suscribirían muchas personas en occidente, lo que sucede es que mientras en nuestros países esa es una opción voluntaria, en muchos otros lugares del planeta es una necesidad y una realidad insoslayable.

Incluso la cuestión del coste de “la luz” es completamente distinta. Mientras que el auto-consumo se percibe en occidente como una forma de reducir la factura, de controlar los gastos, en estas otras situaciones se trata precisamente de acceder a la electricidad sea cual sea el coste. Ya se sabe que no vale lo mismo un vaso de agua en Noruega que en el Sahara. 

Los occidentales que visitamos esos parajes, aunque partamos de una “simpatía” apriorística hacia la naturaleza y lo “natural”, rápidamente echamos de menos algunos elementos que damos por supuestos como el secador de pelo, la recarga de nuestras baterías o la luz en el  baño si nos levantamos de noche. Y en consecuencia nos molesta que los generadores (a gasoil) no estén funcionando toda la noche para asegurarnos lo que consideramos las “mínimas” condiciones de confort. Estaríamos dispuestos a pagar un extra coste para poder disponer de aquellas facilidades que forman parte de nuestro modo de vida. Incluso estaríamos dispuestos a olvidarnos del problema de quemar combustibles fósiles durante unos días.

Y es que cuando se toma partido en la tercera cuestión, la del origen de la energía que consumimos, no es lo mismo vivir en el primer mundo que vivir en el tercer mundo y la percepción del problema es distinta si partimos de la abundancia que si lo hacemos desde la escasez. Parece que el problema del calentamiento global se relativiza cuando la única luz en la noche es la de una pequeña linterna.

Toda esta argumentación no va en la línea de contestar los planes europeos de transición energética. Esa es la dirección a seguir, al menos mientras la tecnología no nos ofrezca alternativas mejores. Solo se trata de contrastar los grandes planes con las pequeñas realidades y recordarnos la fragilidad de las resoluciones humanas cuando se ven confrontadas por las incomodidades o las dificultades.

En ese mismo país africano se ha encontrado petróleo. Está lamentablemente en una zona de parques naturales. Una compañía china construye una carretera que atraviesa inmisericorde esos parajes y pronto los animales salvajes no podrán pasar de un lado a otro sin ser atropellados. Viendo esa carretera me preguntaba qué haríamos en nuestro país si encontrásemos petróleo debajo del museo del Prado.